LA GRAN AVENTURA DE ROMÁN (PUERTA GRANDE EN VALÈNCIA Y UNA SONRISA DOLORIDA)

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Había una vez, un chaval de València, del barrio de Benimaclet, que estudió en el Liceo Francés. Valenciano por padre. Francés de la Bretaña por la madre. Y torero porque se empeñó en vivir al filo de la emoción, sonriendo por pura pasión. Varias veces el toreo se empeñó en decirle que no. Pero él se salió siempre con la suya, con el sí al toreo. Y así tenía que volver a ser. Dicen que valor ya se le veía hasta cuando jugaba a fútbol en los benjamines del Foios y atacaba con todo siempre, sin dar ningún balón por perdido. Diez años de alternativa después, Román sigue siendo Román. Aquel crío que salió lanzando de València con una novillada de El Parralejo, dispuesto siempre y audaz como el que más. Ha querido celebrar su décimo aniversario de toda esta aventura como matador de toros con una corrida en solitario. Con una corrida que era como la gran aventura de su vida. Spoliler: Román ha sonreído al final por la puerta grande València. Era una sonrisa, natural, suya, satisfecha, pero dolorida. Así son las grandes aventuras.

Seis toros para él solo, cuando más pesan, en la primera corrida del año. En plenas Fallas, en su plaza. Algo que nunca nadie había hecho antes. Seis ganaderías. Seis comeduras de coco. Porque Román le da vueltas a las cosas y sabe que hay varios ‘Román’. Creo que casi todos asomaron a lo largo de los seis capítulos, hasta el de la locura. Cada uno y todos, como la vida misma.

Román para bien y Román para mal. Fue Román. Vestido de celeste y azabache, en un vestido réplica de uno de los pocos que lució Manuel Granero en su corta carrera como matador. Un homenaje a la torería valenciana, que es etena.

El Parralejo, como la primera página de su libro vital: el novillo ‘Vejado’, del mismo hierro fue el primero de la corrida. Toma de contacto. El temple de Román afloró engrasado. Al del Parralejo le faltó codicia, chispa, nervio o transmisión. Por el derecho lo llevó perfecto. Por el izquierdo, si se colaba una pizca por ahí, tampoco se notó. El del Liceo Francés le metía mano a la tarde de primeras. Pulso y temple. El viento molestaba y lo haría hasta duró el sol, más o menos hasta que saltaba el quinto. Hubo estocada tras pinchazo y una merecida ovación.

Con el de Fuente Ymbro llegaron los mejores muletazos de la tarde. Porque Román no es un torero largo, ni variado. Con la capa ayuda a sujetar y abrir caminos, el lucimiento capotero apenas pudo intuirse en toda la tarde. Casi todos los quites, por tafalleras, chicuelinas o crinolinas, tuvieron que abortarse porque la lidia misma los impedían. Román es un torero sincero y sobre todo un descomunal muletero, poderoso. Puede a los toros y los toros se le entregan cuando la pone de verdad.

Así, ya en el segundo se vio a Román ir a más con ‘Sacacuartos’ de Fuente Ymbro, uno toro fuerte, musculado, siempre engallado. Lo recibió con una larga cambiada en el tercio y se lo dejó llegar de lejos para sujetarlo en la muleta, siempre un poco más allá de la segunda raya. Muy obligado el toreo. Donde duele. Muy despacio los muletazos. La cintura rota. La mano menos buena del animal era la izquierda, pero por ahí Román le ganó la mano definitivamente. Afloró entonces la mansedumbre del Fuente Ymbro, que se quería rajar. Como otra aventura más, bravos toro y torero, Román lo sujetó a la roja franela y en redondo ligó el toreo puro. El Fuente Ymbro hacía surcos, empujaba la muleta con el hocico, aunque su alma quisera irse, él seguía embistiendo al imán. Román había cosido la embestida. La plaza rugía. Una estocada, muerte de bravo, una oreja de peso, de esas de las que todavía estaríamos hablando en una tarde normal.

Pero quedaba un mundo por delante. Los puertos de montaña de la hoja de ruta. Así estaba escrito el guion según el orden de lidia. Tercero venía uno de Pedraza de Yeltes huesudo y grandón, pero sin remate. Empujó y se lució en el peto. Pero en ninguna de las dos entradas le metieron las cuerdas y el toro ni sangró. Ángel Otero se desmonteró en banderillas. La entrega del Pedraza en la muleta fue nula y sólo dejó ver destellos de un Román más vertical, que había brindado a María José Catalá, alcaldesa de València, y a José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid.

El Victorino hacía cuarto y puso la tarde contra la pared. Todo lo que enseñó en el primer tercio hacía suponer grandes virtudes. Alcanzaba los burladeros por abajo, se movía con ritmo y humillación. Sobre todo, al capote de brega de César Fernández le regaló por el izquierdo tremendas embestidas. Raúl Martí volvió por un día y dejó dos buenos pares de banderillas. Hubo brindis a El Soro ,que agradeció desde el callejón con una diana floreada. Y ahí la tarde ser torció.

El tiempo muerto transcurrió a favor del Victorino ‘Estufista’. Luego el toreo doblado por abajo y un parón excesivo que dejó pensar demasiado al toro, todavía de rayas adentro. Cuando volvió a embestir fue con demasiado brutalidad. Un arreón, otro más. La inercia desapareció. Ese ritmo que se había ido tras vuelos en el primer y segundo tercio, se tornó violencia y viaje corto. Ni por una mano ni por otra, Román se veía sorprendido por ese cambio repentino del Victorino. Quedaban dos toros para saltar al vacío. Ya no había red.

Entonces en el quinto se desató la locura. Fue como una metida de pata tras otra. El toro de Domingo Hernández siempre quiso llevar la contraria. Una larga a porta gayola por el pitón izquierdo. Cuando querían que girase por el derecho, el toro dijo nones. Cuando la brega de Chacón estaba resultado a duras penas y Gómez Escorial y Fernando Sánchez hacían fluir el tercio de banderillas, Román ordenó parar las máquinas. Cogió dos pares, uno para él y otro para Raúl Martí. Román clavó el suyo al quiebro o a la remanguillé. Se lo podría haber ahorrado. Y ya que clavase Raúl Martí fue imposible. La querencia a tablas, cada vez más acusada. Solo quedaba otra ocurrencia: empezar la faena en los medios. Otro imposible. Lo que fuese iba a ser ya pegado a tablas. Aprovechar viajes y estar presto a poner la muleta por delante. En un descuido llegó una feísima voltereta. A la tarde se le perdió el respeto. Llegó otra voltereta al entrar a matar por segunda vez. Un Román a lo loco estuvo a punto de poner jaque la tarde. Cojo y medio grogui, la aventura se teñía de épica. La ovación para un Román hecho un Cristo, decía, contigo hasta el infinito y más allá.

Entonces fue el toro que de Luis Algarra que había enamorado a todos a las 12 de la mañana y no falló. ‘Zamorano’ era el toro de Román y el de todos. Se le recibió con un ovación. Acodado de cuerna, lleno, aleonado, un tío. Qué tranco, siempre. Qué bien Román. Su toreo entregado a la distancia, la muleta rastrera. El galope del Algarra era un regalo de la vida, de la bravura para el toreo. La Concha Flamenca sonaba. La escena llena. Mejor el toro cuando embestía por dentro, es decir cuando viajaba entre el torero y los medios. Ay si el aire no llega a condicionar la tarde. El Román más completo con otro hierro que forma parte de su vida, de aquellas aventuras y de esta gran aventura. Por abajo dejó un natural tremendo en el epílogo. Ahora la espada no podía fallas, aunque hicieron faltas dos golpes de descabello. La gran aventura de Román tenía que acabar así: puerta grande en València con una sonrisa auténtica, pero dolorida. Román es Román y esto continúa.

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