FOTOS GALERÍA: LITUGO
Los ingredientes de las corridas mixtas no se traban, y el sabor queda deslavazado. Las lidias no encuentran sentido entre sí. El argumento no existe. En este caso, dos tercios de los actuantes permanecían entre bambalinas mientras el tercio sobrante actuaba. Si cada capítulo hubiera sido deslumbrante, pues todavía. Pero sólo Nek Romero subió el nivel de la tarde. Era el joven novillero, el invitado entre figuras históricas de la Tauromaquia, y fue el que subió el tono de la tarde. Seguramente mereció la puerta grande, tal vez se dejó cositas en el tintero. Por encima de palcos, dimes y directes, la mixta se la llevó Nek Romero. Dio gusto verle gestionar cada momento. Apostar, corregir, torear y poner a la plaza en pie.
No hubo un capotazo de más. El primero de Nek, con el hierro de Talavante, era recogido de pitones, estrecho de sienes. De buena hechura. Nek le ganó el terreno hacia los medios y por ahí saltó alguna verónica con poso. Novillo fijo en el peto. El quite por chicuelinas muy ajustado, también medido y con un preclaro sentido de la lidia. El remate del mismo, una larga, fue para dejar al novillo perfectamente colocado para el segundo puyazo. José Manuel Mas tropezó en la cara del novillo y fu cogido tras al primer par. Quedó dolorido.
Nek quiso empezar por alto, pero pronto se dio cuenta de que era ayudado y por abajo cuando mejor respondió el novillo. Esas primeras embestidas con el toreo ayudado por abajo llegó al tendido e hicieron estallar definitivamente la faena. La muleta, como el pincel que se arrastra sobre el lienzo de albero. Un superclase el novillo, Nek a su nivel. En redondo, muy ligado, buscando la distancia exacta. A partir del tercer muletazo hay que dar respiro. Nek respeta los tiempos. Cita suave en los vuelos. De nuevo la distancia. Faena breve e intensa. La última serie sucede vertical Nek y al natural. Compás cerrado. Imperceptible el toque. Cintura y pecho. El broche de uno por la espalda de 360 grados. La plaza entregada. Seguramente era momento de irse a por la espada. Estocada y orejón con petición de la segunda.
En el sexto se vivió una lidia ejemplar. Economización de capotazos Nek lo recibe, lo coloca y lo quita con lo justo y necesario. El novillo enseña las puntitas. Lo hace mejor por el derecho. Por el izquierdo no acaba de irse. De primeras Nek echa las rodillas al suelo. El novillo obliga a rectificar y en un visto y no visto ya está en los mismos medios con el novillo. Le pesa el centro de la plaza al de Talavante. Levanta la cara, protesta. Tiene emoción la faena porque Nek le traga. Lo intenta cerrar a ver si hay mejor acuerdo. Es otro punto a destacar: la mente despierta. Así, lo vuelve a cambiar. Nek piensa en la cara del novillo para buscar y encontrar soluciones. Las manoletinas de rodillas tienen mérito y se resuelven mejor según las querencias del animal. Sólo sobró el pinchazo tras estocada, y el tiempo que tardó en encontrar la muerte o los cachetazos fallidos para cerrar el triufo del todo.
Lo del toreo a caballo es una oda a la masedumbre periférica que babosea tablas. Pablo Hermoso buscó siempre los adentros para clavar en su primero. Así empezaba a despedirse de València y así se va. Así deja el rejoneo: Hecho un solar. Más compromiso se percibió en el cuarto de la tarde, más apreturas y sobre todo varios pares cobrados de rayas hacia afuera valieron par auna orejita en la despedida de Pablo Hermoso de Mendoza de València.
En la primera escena de Morante de la Puebla, el Juan Pedro Domecq, largo y degollado, lucía anovillado trapío. Morante en un par de baldosas sujetó la embestida con la capa y jugó los brazos. Verónicas oleadas. El toro sin atemperar. Dos puyazos y el quite resulta escandaloso en los tendidos. Sólo tuvo más gracia y ritmo que cadencia y profundidad. La corrección de Morante, más pendiente del andamiaje para que aquello no se derrumbarse que del sentimiento. Es decir, más pendiente Morante de los matices técnicos: Que no la toque que no la tropiece, que no lo fuerces, o mira si prolongas un poco más la embestida. Muletazos sueltos se rescatan en ese primer esbozo de faena; eso, y el salto de un Peter Jansen, que cabalga de nuevo, subvencionado, dispuesto a hacer ruido y molestar. Y con el desclasado quinto de Juan Pedro Domecq, Morante ni preguntó por la calle del medio. Sabía de sobra dónde estaba. Por cierto, desde el cariño, lo de El Soro y las dianas floreadas es para hacérselo mirar. Abusa y no da una.
































