El milagro de Algemesí se puso en marcha con una novillada de Rehuelga con la casta en huelga. Como si no entendiesen el esfuerzo del pueblo y sus gentes, con lo que cuesta levantar la plaza en 15 días y vender las entradas y peinar el campo para confeccionar una feria de novilladas que es un lujo, que es todo un tesoro de la tauromaquia mundial. Si hasta el temporal de lluvia o la dana esa permitió que todo empezara conforme. Porque reencontrase con Algemesí en la última semana de septiembre siempre es un chute de vida y afición. Quien mejor lo saboreó en la primera de abono fue Mariscal Ruiz. El sevillano de Mairena de Aljarafe, torero de dinastía, cortó la primera oreja del ciclo y si no abrió la puerta grande es porque él solito se pasó de faena con el último de la tarde.

Alejandro Mariscal Ruiz demostró sobrada capacidad. Mejor: total capacidad en cada momento de la lidia. Porque de altos vuelos, por temple, capote recogido y manos bajas fue su toreo a la verónica a su primero. En banderillas no le pesó para nada el cuadrilátero de Algemesí en ninguno de su lote, y eso que el segundo le apretó de lo lindo.
Y con la muleta, pese a su altura, Mariscal toreó reunido, muy ajustado y vertical, con excelente composición. Sobre todo en redondo a su primero, al que tras pinchazo le recetó una estocada y cortó la primera oreja de la Setmana de Bous. Con el último, tiró de técnica y también de buen gusto. Consiguió dejarle la muleta siempre en la cara y hacerlo repetir. Justo de raza, Mariscal se pasó de rosca. Al final le sobraron las manoletinas o los naturales a pies juntos o los dos, y entonces fue cuando el novillo se desentendió y complicó la suerte suprema, que se consumó al cuarto intento.
El mexicano Bruno Aloi seguro que no se lleva un buen recuerdo de Algemesí. Sus dos novillos bajaron la persiana de la casta de forma inmisericorde. El guapo primero ( cárdeno, bragado, meano, lucero y salpicado) mostró cierta alegría y buen son en los primeros tercios, pero tras el segundo muletazo con desarme incluido se paró y pasó literalmente de la muleta y los cites. Para cuadrarlo Aloi tuvo hasta que tirar con la mano del pitón para colocarlo. La cara de Rafael Buendía, ganadero de Rehuelga, era un poema cuando le devolvió a Bruno Aloi la montera del brindis que le había dedicado con toda la ilusión. Menudo chasco.
El segundo del lote de Aloi tuvo un final similar. Se dejó algo más, pero de repente hizo zasca y ya tuvo la misma reacción, la propia del toro sin raza ni casta ni celo alguno. Tras una voltereta peligrosa, Bruno Aloi optó por abreviar. Y con razón.
