ENRIQUE PONCE, EN SU ADIÓS, REVIENTA VALÈNCIA DE PASIÓN POR EL TOREO

A las seis menos cuarto Enrique Ponce bajaba de la furgoneta en la calle Xàtiva y se abría paso envuelto por un escuadrón de nacionales entre la multitud que lo recibía con gritos de torero, torero. La emoción se palpaba a la mínima. Enrique Ponce y toda su historia a cuestas traducida en el blanco y plata de cabos negros, como el que lucía, por ejemplo, en Castellón cuando debutó con picadores, y de eso ya ha hecho más de 36 años. Se iba a cerrar el círculo o a partir la historia, elevarla a la categoría de leyenda y, de paso, reventar València. Eso sucedía cuando la Plaza de toros estallaba por la puerta grande, como lava de un volcán, otra vez los gritos de «torero, torero» arrasaban con toda la ciudad, cuando pasaban veinte minutos de las nueve de la noche de este 9 d’Octubre, y Enrique Ponce era llevado a hombros hasta el hotel en procesión de auténtica pasión por el toreo.

Pasará el tiempo y la figura de Enrique Ponce seguirá agrandándose. La muesca de hoy en València será una hazaña más que contar. La guinda. Por momentos diremos que se pasó por la faja, a ralentí, la embestida de un Garcigrande o de un Juan Pedro que le tocó regalar, que apenas con media muleta embelesó con su toreo inimitable. Que ligó inverosímil y sin rectificar ese de pecho o aquel cambio de mano. Y ese comienzo de faena poderoso al sobrero al que atacó desde el principio. Porque la historia no podría acabar de cualquier manera.

Nek Romero también podrá decir siempre que Enrique Ponce, en el día de su despedida de su València, le dio la la alternativa. Porque la historia arrasó con todo, y aunque por momentos la película pareciese guionizada: La Concha Flamenca sólo podían tocársela a Enrique Ponce, por ejemplo, o que el sobrero sólo quedaría para regalo de Enrique Ponce, y sería el único Juan Pedro capaz de embestir. Vaya casualidad.

Nek Romero se doctoró en Tauromaquia a las 18.25 cuando Enrique Ponce le cedió la muerte de ‘Pisaverde’, de enero de 2020, número 142, 506 kilos y con el hierro de Garcigrande. El intercambio de chismes fue tras un largo parlamento del maestro de Chiva al toricantano de Algemesí. El viento de poniente, presente desde primeras horas de la mañana, fue el más indeseable de los protagonistas y apenas dio tregua en toda la tarde. Nek remojó varias muletas y abocó varias botellas de agua. Llega a llevar un búcaro y lo revienta casi que de impotencia. El tal ‘Pisaverde’ no tuvo ritmo, pero sí mucha nobleza. Nek brindó a su hermano el toro de la alternativa. Por momentos el temple fue prodigioso de lo despacio que embestía el toro, pero casi que lo hacía sin querer. La faena se alargó mientras escarbaba Nek en las escasas virtudes del animal con la muleta restrasada para guardarse del viento. A la hora de la espada llegó el problema, pinchazo, una estocada trasera y dos descabellos junto a dos avisos. Ovación.

Nek esperó paciente hasta de nuevo entrar en turno de algo. Fue para el quite del quinto, por talaveranas templadas y ajustadas en la misma boca de riego con cierre por revolera que captó la merecida atención del público. Fue seguramente lo único que sucedió en los medios en toda la tarde. Luego, para el sexto volvió a azotar el poniente. La muleta a merced, el juampedro embestía tan despacio que parecía que se nos derrumbaba. Nek se inventó una faena con apenas cuatro muletazos. Y hasta puso la plaza en pie tras un derechazo imposible, que de tan despació que sucedió el torero casi que claudicó de rodillas y ligó otro de pura imaginación genuflexo y entregado, como rogando: ¡embiste, joder!. Pero era imposible. Si la espada, tal vez, si… Pero pinchó Nek. De la misma desesperación se tiró a matar sin muleta y ahí le pudo la presión. Dio una vuelta al ruedo por su cuenta. Ahora ha comenzado un nuevo camino,.

Alejandro Talavante, en faceta de convidado, le cortó una orejita al tercero, ‘Visigodo’, de Garcigrande; un toro de sosería mantenida. Pastueño. Se antojaba que iba a más y así, al final de faena se arrancaba de largo e iba ganando ritmo y profundidad. Imaginativo Talavante, templó muy enroscados los muletazos por ambas manos y al final agarró una estocada de gran ejecución, pero algo desprendida. Su segundo no tuvo historia alguna, y es que los tres juampedros de la segunda mitad estuvieron desventados como la peor gaseosa.

PONCE Y NADA MÁS

Todo giró alrededor de Enrique Ponce, y al final del vendaval acabó desatándose esa tormenta perfecta. La banda de Chiva (qué de dónde iba a ser) ejecutó el Pan y Toros desde el ruedo durante el paseíllo y Francisco (el cantante) entonó el himno de la Comunitat Valenciana en su diada del 9 d’Octubre. Ésta es también una fecha clave en la carrera de Enrique Ponce y en su relación con València. Un 9 d’Octubre le dijo a El Soro, espera que voy a mandar en esto; y otros dos, cuando llegaba a esta fecha con más de 100 festejos en el esportón y con el agua aún por tobillos, decía, pues ahora seis en València. Así era el figurón, y como el decíamos ayer de Fray Luis de León, hoy citó a todos los Ponces imaginables tras 36 años de carrera, empezando por aquel crío que vestía un blanco y plata con cabos negros, para seguir diciendo su toreo, el toreo, y despedirse de su València con pasión desbordada.

Contra el viento, en el recibo al Garcigrande ‘Luso’, Ponce firmó una media con el capote abajo para evitar su flamear que tuvo su aquel. Con cierto ritmo en el toro, largo y suelto de carnes, en banderillas se desmonteró Fernando Sánchez, y ya lo haría en los tres toros en los que cogió los palos. Enrique Ponce con este ‘Luso’ dejaría una lección de torear con los vuelos tras un inicio por abajo mandón y un cambio de mano al natural tremendo. Y es por ahí, de rayas adentro, con la izquierda y todo vuelos. Casi que tirando desde abajo del hocico muy sutil, por momentos mágico. La estocada caída y una oreja.

‘Bisutero’ de JP Domecq iba ser el último baile, y así se lo brindó al padre, Emilio Ponce. Pero la bisutería era casta barata. Empezó entonces, pasadas las ocho de la tarde, el jaleo en el callejón cuando pidió un sobrero que no se anunció hasta la muerte del sexto, cuando recién Nek se había estrellado de desesperación contra un lote inservible. A Rafael García Garrido le ponían en el reposabrazos de su burladero de callejón la documentación pertinente para echar el sobrero porque resulta que un chaval que un día vistió de blanco y planta con carita de comunionero hace más de 36 años, ahora dice que se quiere despedir con los honores de los más grandes de la Tauromaquia.

Pues entonces se firmó la salida de ‘Triquiñuelo’ 221, de enero del 20 y con 505 kilos. La triquiñuela entre empresa, autoridad y veterinarios no sé cómo se habrá encanutado. El caso es que Enrique Ponce se desató y en su frondoso arranque de faena ya lo lleva, de tacada, por abajo y templado hasta la segunda reya, y de ahí el toreo ligado en redondo, ligado. El remate tras la cadera y embraguetado a la embestida. Sin especular lo más mínimo. Enrique Ponce, más al grano que nunca. Esta vez sí, era el último baile.

Los compases de La Cocha Flamenca ya susurraban entre los olés secos y rotundos al toreo mandón del genio de Chiva. El viento parecía no soplar ya, qué va. Ponce ahora cimbrea la cintura, ahora alarga el muletazo, luego hunde la mano, incluso codillea para sujetar más todavía la embestida. El Juampedro al fin responde. Enrique Ponce está como en su mejor momento. Ese molinete tan personal y que lo emparenta con El Viti, un cambio de mano, y el natural de vuelos y bamba sobre el albero sin apenas toques. Todo en una baldosa, donde la primera raya. Media muleta, tiempos y caricias de temple para rebozarse de la embestida y ligar el toreo por abajo en redondo: cinco poncinas y un monumental de pecho. Es Enrique Ponce reconstruyendo su tauromaquia en una faena para nuestra historia. Luego al natural, lo pasa tres veces para buscar la poncina por detrás, y surge cuando el animal parecía no tener ya recorrido por el izquierdo, y surgen tres, una casi en 360 grados, más cambio de mano, trinchera y València en pie, rota. Gritos de torero, torero. Lágrimas en los ojos. Una estocada que necesitará de dos descabellos tras aviso. Las dos orejas. La puerta grande, la multitud en el ruedo emocionada, la pasión del toreo desatada por las calles de València. Su torero, un torero de época, un torero universal, tras 34 años como matador de toros ha dicho adiós. Enrique Ponce de nuestras vidas, gracias.

Deja un comentario