Israel Guirao, una puerta grande de Valencia que merecía seda y oro

ISRAEL GUIRAO, UNA PUERTA GRANDE DE VALÈNCIA QUE MERECÍA SEDA Y ORO

La primera clase práctica de las Fallas, los festejos de promoción sin bordados ni sedas, vino a poner las cosas en su sitio. Castillo de Azuel echó un novillada cargada de interés, casi (o sin el casi) mejor presentada que la víspera, y un novillero de casa, de los de aquí, se pegó un festín tremendo: Israel Guirao triunfó y abrió la puerta grande, así, a golpe cantado. Como si estuviese escrito. Pero vestido de corto cuando era una puerta grande de oro.

Como un reloj suizo. Es difícil ver a un novillero con esa clarividencia, sin dar un paso en falso. La facilidad para improvisar, crear, inventar y resolver con inteligente frescura, apabullante concepto del torero. Ni un gesto de más, ni de menos. A golpe cantado, con credenciales para afrontar empresas más serias cuando sea. Pero no corramos.

La pausa y el temple de Israel Guirao se hizo presente en el cuarto con un quite en los mismos medios de frente por detrás ya al punto de mando y ajuste. Y en su turno esperó paciente, recogió a la verónica a su novillo de Azuel y en cuanto lo tuvo enjaretado, se enfrontiló para ralentizar tres chicuelinas y rematar de media enroscada. Qué claridad. El novillo llega al útlimo tercio con galope, algo rebrincado, sin excesiva clase. Pero en el tercio echa las rodillas al suelo Guirao y le endosa una serie endredondo y un de pecho ya de pie. La colocación exacta, el paso largo para quedarse colocado, la mano y su altura, la pronfundidad. El mando, la cintura encajada, roto el muletazo hasta allá. Al natural con los flecos. Ni una coma que rectificar. Los circulares cuando la distancia se abrevió. Por detrás, aferrados los botos. Y en los mismos medios un tirabuzón que acaba con arrucina convertida en circular y cambio de mano. Las manoletinas sin estridencias, relajadas, templadas. Con gusto. De frente y a pies juntos. Una delicia todo. Qué autoridad. La estocada casi entera más que suficiente. Dos orejas y la sensación de estar viendo un torero con enorme futuro.

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Punto y aparte de toda la primera clase práctica de Fallas lo realizado por Israel Guirao. Luego, los demás. Los erales de Castillo de Azuel mantuvieron el interés dentro de la casta, algunas gotas de mansedumbre y varios novillos embistiendo con tremenda clase. Casi que el quinto fue el de peor estilo.

Las mejores embestidas las sacó el primer eral de Castillo de Azuel, que pese a pegarse una costalada que lo dejó medio grogui en banderillas, tomó la muleta de Joselito de Córdoba con tremenda clase. Novillo casi que de carril, como decían los antiguos, con la cara colocada abajo, como dicen los modernos. El público, raro. Hoy el abonado se tomaba un descanso tras pagar ayer. Una pena. El público se puso a aplaudir en mitad de las dos primeras series. Casi que le aplaudía al novillo. O a saber. Pero con qué profundidad lo hacía. Joselito de Córdoba, aunque de la Escuela de Granada, hizo lo que pudo, que fue pegar muchos muletazos y dejar una estocada fulminante tras princhazo feo.

De Huesca llegaba Ángel Alarcón. Su novillo deja estar, tiene recorrido y escaso celo. Por mansito. Alarcón se deja caer sobre los riñones. Expresa y se preocupa por la estética. Al natural, con el compás abierto, de cadera a cadera cada muletazo, los riñones metidos. Cimbra mucho, demasiado. Quiere abandonarse. Le sale mejor por la mano izquierda y hasta es capaz de dejar un cambio de mano rematado con un natural de mucho vuelo y muleta barriendo la arena  que recorrió los tendidos como un cosquilleo. Su maestro Ricardo Aguín ‘El Molinero’ sonreía. Luego, con el sainete a espadas, ya no.

Álvaro Castillo es de la Escuela de Albacete y sorprende en su quite. Se distingue con señorial porte con las tafalleras ligadas a la gaoneras y una larga recogida en el hombro. Torería. Pero luego en su turno no dejaron de encadenarse los errores. De capote no le cogió el aire a un novillo muy encastado, de buen galope, que casi que ponía una velocidad de más cuando embrocaba. Encima lo cambiaron con un par de banderillas y para arrancar de muleta le hizo un cambiado. Por el derecho arrollaba. No fue sometido nunca y acabó haciéndose el amo y desarrollando a mal. El chaval lo sufrió.

En cuarto lugar tuvo mérito el sevillano Guillermo Luna. Primero por reunir un manojo de verónicas para después sobreponerse al quite de Guirao y a una réplica que le salió atropellada. Faena de muleta de menos a más porque al final, en una baldosa, logró reunirse en tres series ligadas en redondo, apostando de verdad para luego a espadas echar un borrón. Vuelta al ruedo tras petición.

Tras el terremoto de Guirao y sus dos orejas, el sexto también lució clase con un punto de mansedumbre. Embestida profunda, metiendo el hocico entre las pezuñas. Novillo suelto, pero entregado en el núcleo de cada muletazo. Héctor Morales, de Almería, también aprovechó para dar puñado de muletazos.

Esta puerta grande de Israel Guirao en València merecía estar bordada en seda y oro, y no regada de gaseosa. Para entender lo de ayer y lo de hoy.

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