(Fotos Carlos Gómez-Litugo y SCP)
Antes de subir al tendido me encontré bajó las bóvedas de la plaza de toros València con el poeta Carlos Marzal. Departimos de cómo iba la feria. Nos conocimos hace como un lustro en Las Azores. Luego, cuando empezó la tarde y salió el primero y empezamos a teclear la primera imagen que se vino a la mente fue la de los fluidos. Lo importantes que son, mientras la faena de Castella, al contrario, no fluía, sino que se hacía y avanzaba como un esparto, a golpes secos, sin fluidez alguna. Y es que los fluidos son necesarios para todo, para todo lo bueno. Para comer, besar…
O para amar. El amor o el toreo insaciable fue lo que hizo Roca Rey, y como en el polvo del siglo, el amante voyeur de este trío junto a toro y torero, el público, a mitad de faena yacía sin aliento, con el corazón desbocado por el pecho, el olor del toreo soberbio (o el amor) impreso en la piel y enredado entre las sábanas como pidiendo clemencia mientras Rosito y Roca Rey, sobre todo Roca Rey, seguían sedientos de amor que es el toreo, como aquella destrucción era el amor de otro poeta inconmensurable, como Vicente Aleixandre.
Un escándalo. Pura pornografía la faena y la actitud. Por la premura de los amantes, el tercio de banderillas se hizo en tiempo récord, ni un minuto duró. Devuelto por inválido el titular, salió el sexto en tercer turno. El quite de frente de por detrás en contestación a las cordobinas de Castella. La brionesa vino a recordar el terremoto de hace un año. Pasa, entra, toma mis muslos, que si los nervios no traicionan todo irá bien. Y empezó. De rodillas. De frente. Dos cambiados por la espada y ese natural de procedencia sideral que prendió en L’Albufera de València y se desató en Moscú.
La plaza ya estaba puesta del revés. Y la sacudida continuó. En redondo penetró a pura electricidad. Cada muletazo hacía temblar los cimientos. Profundo y roto. Amando con sinceridad. El embroque y cada muletazo hasta el fin. La disposición. Un auténtico gigante. Esa movilidad del Cuvillo convertida en danza dentro dentro de la muleta se sublimó en auténtica bravura. Y el cambio de mano a 360 grados hizo ver las estrellas. El natural enfrontilado. Era el todo. Y de una arrucina emergió otro natural que dio la vuelta al eje de la tierra, que era la cintura del Rey de Roca. Y ya nadie podía más. Sólo Roca Rey y un Rosito que se encumbró como otro de los muchos toros de Fallas que han embestido. Pero sólo a él le hicieron el amor de verdad. Qué escándalo. El amor o el toreo a años luz. Un polvo inolvidable. La estocada y las dos orejas sin remedio para materializar el amor.
Ya nada fue igual en toda la tarde. El público que venía a lo que venía, vio las estrellas, que es lo que pretendía en sus mejores sueños. Castella recibió una ovación tras faena despaciosa y a menos a otro buen Cuvillo. Manzanares había cortado una oreja del jabonero astracanado tras aprovechar el rebrincado pitón derecho y sobre todo por un espadazo colosal en todo el hoyo y luego se entendió en un trasteo a más con el quinto en faena de cierto mérito y convencimiento, pero pinchó. El sexto fue un inválido que impidió volver a hacer el amor. Fueron 10 minutos brutales aquellos. El toreo o el amor.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de València, 16 de marzo de 2018. Séptima de la Feria de Fallas. Toros de Núñez del Cuvillo justos de presentación, manejables, el tercero devuelto al corral, sustituido por el 6, Rosito, el mejor de la tarde, para Sebastián Castella (silencio y ovación tras aviso), José María Manzanares (una oreja y ovación y Roca Rey (dos orejas tras aviso y silencio, se fue a hombros por la puerta grande). Lleno de no hay billetes (11.000 personas).