A las dos horas y diez minutos de la corrida Enrique Ponce agarraba las dos orejas del cuarto, las apretaba, alzaba las manos y las agitaba. El triunfo se repetía 24 horas después en una València emponcizada hasta las trancas como hacía tiempo.
Fue en la faena al cuarto, ‘Maniquí’ su nombre. Un toro colorado de Juan Pedro Domecq de cara lavada y no excesivo trapío que, al menos, cortó la racha de moquero verde. Porque así venía teñida la tarde tras rechazar a segundo y tercero, de moquero verde y una colección bostezos.
Faena de porcelana para vestir al delicado ‘Maniqui’. Por abajo siempre y sin forzar las costuras. Cosido a temple de seda. Zambullida la tela por debajo del hocico. Fue al natural donde abrió los corazones. Dos tandas en pureza, de compás abierto, medio pecho, suerte cargada y remate a la cadera, que bien le cayeron al ‘Maniquí’ y a la humanidad. Y Ponce fluyó vertical. Y el toreo se volvió a sublimar sin rubor. Verticalidad y relajo. Marcada la figura a compás de la embestida. Un traje a medida con el atrezzo de las poncinas y un arrebatado rodillazo como novillero. Menudo bicho. La estocada de efecto fulminante y el triunfo otra vez porque Enrique Ponce había diseñado otra faena, otro triunfo, sin atadura a moda alguna. Y València gozaba.
Mientras, el resto de la tarde se despeñaba. La corrida de Juan Pedro Domecq volvía a estar tocada de ese halo que se crea tras ofrecer petardo tras petardo en València. De trapío aniñado. De anovillados a auténticos becerrotes. Era el desespero por amor o por dinero. Amor al toro bravo que hace inaguantable cualquier sucedáneo o por ese dinero en el que te dan inválido por liebre tras pagar pasta gansa por una entrada. Aunque todo hay que decirlo, el cambio en el cartel compensó la jugada, Ponce por un Cayetano lesionado para volver a escribir otra página del torero de Chiva que sigue sobre una nube.
Su primera faena de la tarde, y como todas la Fallas que ha echado Ponce, también estuvo presidida por la perfección y fue una delicia analizarla, ver cómo se abría hasta que aquello resultó imposible. ‘Infortunado’ fue aquel primer JP. Era el trapío del toro de València. En su medida y su remate. Hondura, morillo, cuello, culata, badana. Se emplea con fijeza en la primera vara y en la segunda protesta por arriba. Perera pulsó el quite con chicuelinas de atragantón.
Ponce, al contrario, sumó en cada ronda de muleta. La primera protestado por el toro por arriba. Domestica la embestida en la segunda. A la tercera ralentiza, humilla tras los vuelos y la banda arranca. A la cuarta molesta el viento y de un tirón y un trincherazo cambia los terrenos. Y en el segundo muletazo se aprecia el único error hasta el momento: un muletazo que no viene enganchado de adelante se fuerza en su remate. Al tomar la izquierda en la quinta ronda decae el género y la embestida en la siguiente busca alivio a media altura… Pinchazo hondo y descabello tras aviso, el primer aviso de la media docena que iba a sonar. Pero a Ponce se le disfrutó incluso en esa labor más muda.
López Simón cortó dos orejitas de València que dicen. En su primera faena logró multiplicar los efectos de la ligazón o los muletazos empalmados como quien dice. Siempre en la querencia del toro. Encontrando también algún natural donde juega los vuelos y pone mucha efusividad en las salidas de la cara. Y así todo, al sexto, el sobrero de Parladé que traía un buen tranco de cara al último tercio, le aprovecho el ir y venir en un inicio de rodillas en los medios que luego se sumió en una embestida vulgar que rescató la banda de música arrancando a soplar muy pronto. Todo se acumuló con cierto efecto. López Simón cortó así una y una, pero sin fijar ningún mensaje ni argumento de interés en cada faena.
Peor Perera, que volvió a pinchar la misma canción tan plana, subterránea y monocorde como siempre ante esos toros algodonosos. Ese castaño quinto, por ejemplo, hondo y de armónicas y perfectas hechuras. Mas todo apreturas y tan sobado argumento para al final dar con los arrimones que esta vez carecieron de limpieza e intensidad y con la espada fue un sablazo a su primero y una colección de pinchazos feos al quinto.
Cuando doblaba el sexto y el bendito público valenciano decidía regalarle la puerta grande a López Simón, la tarde alcanzaba las tres horas de sopor y un oasis: Ponce. Oasis, faro, referente. Menos mal que viniste, pareció celebrar una València emponcinada.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de València, 18 de marzo de 2018. Novena de la Feria de Fallas. Cinco toros de Juan Pedro Domecq, el segundo y el sexto, de Parladé, como sobreros, para Enrique Ponce (silencio tras aviso y dos orejas tras aviso), Miguel Ángel Perera (ovación tras aviso en los dos) y López Simón oreja tras aviso y oreja). Saludan tras parear al segundo Ambel y Barbero y Yelco Álvarez y Jesús Arruga en el sexto. Casi tres cuartos (unas 7.000 personas).