Los retretes olían a lejía y estaban recién mochados al finalizar la novillada sin picadores de Vinaroz. Como si la función fuera a empezar de nuevo. Sirva este detalle para conocer el escrúpulo con el que la normativa se llevó a rajatabla en el que era el primer paseíllo en la Comunitat Valenciana desde que el 8 de marzo arrancase una Feria de Fallas que precisamente se quedó ahí, como toda la temporada, víctima, a los pies de pandemia. Han sido siete meses sin toros, que se dice pronto, en tierras valencianas.
Las casi 800 personas permitidas cubrieron los tendidos con su distancia pertinente. Un estupendo ambiente, una magnífica organización. Las cámaras de À Punt, que aparcaron en los aledaños, se fueron sin noticia. Tampoco ni rastro de antitaurinos, que sí calentaron la previa con una nota que incitaba a Mónica Oltra a ejercer su gusto por el bullying a todo lo que huela a Tauromaquia. Puro autoodio el que destilan.
El paseíllo fue como la vida abriéndose paso. El reencuentro de amigos y aficionados fue de una tremenda normalidad. Una especie de decíamos ayer. Felicidad de volver al tendido y contemplar ya en pleno otoño, pero a la orilla del Mediterráneo, a cuatro chavales vestidos de ilusión y lentejuelas dar forma a las embestidas de una novillada de Aída Jovani, de Sant Mateu.
Jorge Rivera, de Castelló, abrió cartel con el eral más enclasado, pura manteca de nobleza, para torear con suavidad por ambos pitones. Lo mejor lo firmó Rivera al natural y antes con un par de verónicas. El descabello dejó el premio en vuelta al ruedo.
La dimensión de torero más hecho y de recursos técnicos fue ofrecida por Eric Olivera, de Badajoz. El eral de Jovaní podría haber mosqueado a cualquiera con dos coladas y varias embestidas muy por dentro de salida. El toque, enganchar por fuera la embestida, ganar la acción, tragar con las miradas y no impacientarse con el gazapeo. Así moldeó y pulió los defectos al natural, pero ayudándose con la espada, y acabó robando dos series estimables en redondo. Con la espada pinchó. Vuelta.
De la capa burraca se salió el tercero. Negro mulato y grandón. Descompuesta la embestida y muy poca raza, siempre como tirando para adentro. El Ceci solo dejó pinceladas de buen gusto y naturalidad añeja. Tenía que haber sacado un poco más de garra, aunque es verdad que sí mete la mano a la primera le piden con merecimiento la oreja. Pero no fue así y el de Castellón recibió una ovación.
Nek Romero ya había dicho aquí estoy con un quite al tercero, de los que no se olvidan, por chicuelinas y tafalleras. Sobre todo por el palo de Chicuelo. Muy firme y templado, toreando la chiculina de principio a fin, sin tirones. Muy despacio, porque así quiere torear.
Con el cuarto consumó el impacto en el día de su debut vestido de luces. Empaque, prestancia, firmeza tremenda y la capacidad y el gusto de querer torear más despacio imposible. Fue eso y además el concepto de espectáculo total desde la puerta gayola con el capote a la espalda o la demostración de tremendas facultades en banderillas. La faena de Nek Romero se fundamento en la distancia y el toreo lento, despacio. La forma de presentarla y ese remate sin que apenas le vuele la muleta. Muy despacio, para volver a quedarse colocado. En el nudo de la faena llegó una soberbia serie al natural. Honda y encajada. La cintura le crujió en un natural. Valor para aguantar parones y la seguridad al irse tras la espada en un auténtico zambombazo. Las dos orejas y el premio de triunfador de la tarde fueron para Nek Romero.