Y ya van tres puertas del príncipe (¿pero qué príncipe a todo esto?), más otra a caballo. Sevilla está irreconocible o esto es lo que deseaba Sevilla desde hace años. Vete a saber. Los subconscientes son muy osados. Tras Daniel Luque (la de verdad, la intensa, la del toreo auténtico), la de Tomás Rufo (la novedad, la sorpresa y la exageración épica), El Juli ha abierto la Puerta del Príncipe a placer con una corrida de Garcigrande de enorme clase y profundidad. Ya en el primero la clase se desbordó en sus primeras embestidas. La pena fue que en una pérdida de manos el animal se resintió de los cuarto traseros y eso le impidió desarrollar más y mejor sus condiciones.
Cómo ponía la cara y la giraba, cómo empujaba la muleta al final. Y El Juli bien sabía todo eso y más. Es una pena que de los cuartos traseros se haya quedado tocado. La faena tuvo ritmo y temple exquisito, vertical. Toreo hacia dentro, para sí mismo. Faena sin buscar la explosión fácil. Ni un enganchón. Un estocada traserísima y dos orejas eufóricas. Pero es que el cuarto tuvo tanto o más. Hay una verónica de muchos quilates en un saludo ya premonitorio. Un inicio de faena improvisado: de rodilla en el suelo y trincheras torerísimas. Muletazos de cadera a cadera y otros de cintura rota. Inspirado sobre ambas manos y en perfecta conjunción con el Garcigrande. Estocada tras pinchazo. Una oreja. El Juli, a placer, «sin ansiedad» declaraba a la tele, se iba por la Puerta del Príncipe.
El lote de José María Manzanares también se rebozó, también tuvo 40 embestidas en cada toro para poner aquello a hervir, pero su tarde transcurrió obsesivamente técnica y cerebral. No se dejó llevar. Muy mecánico. Se le escapó el premio (solo una oreja) en dos faenas sin continuidad ni argumento, sin fe.
El primero de Pablo Aguado fue el peor de la tarde. Feo estilo. Y con el manso sexto Aguado fue a la deriva, de acá par allá, sin obligar ni imponerse.
EMBESTIDAS 