Un minuto de silencio para la memoria de Manuel Granero Valls en el centenario de su muerte. La trompeta de Vicente Ruiz ‘El Soro’ en homanje al torero y violinista del barrio de El Pilar, con el ruedo lleno de sol a las cinco de la tarde, fueron un emotivo inicio. Y al final, a Isaac Fonseca, un mexicano que cruzó el charco sin nada y mucho valor para vestirse de oro, se lo llevaron a hombros hasta el hotel. La pasión desatada. Las emociones del toreo y la vida en València siguen calando así pasen 100 años.
La novillada del Conde de Mayalde tuvo fondo bravo y se movió mucho, con clase cuando se la pusieron por abajo. Agradecida cuando mejor los llevaban. Bonito y cuajado el conjunto. La primera mitad lo hizo más de verdad y tuvo más poder. Además, de salida, con las puntitas, la novillada desgarró capotes de los tres actuantes, y eso es un gasto serio para los chavales.
La estocada de Isaac Fonseca al tercero fue el otro de los momentos de emoción desatada. Se tiró tan de verdad que irremediablemente salió cogido del trance. La casta herida del animal lo buscó con saña y cuando lo tenía arrinconado bajo el estribo, apareció un capote salvador. La pechera abierta, el cuerpo desmadejado… Y el novillo rodado sin puntilla. La plaza (cerca de 3.000 personas) estaba en pie. Se pidieron dos orejas y sólo se le concedió una. Inconmovible el presidente, Fonseca se dio dos vueltas al ruedo por petición popular.
La faena fue corta, medida, pero de emoción sorprendente. Desde el inicio con el cambiado de rodillas, cada serie era una moneda al aire, un grito de atención en el arranque y al rematarse.
Isaac Fonseca marcó diferencias. Igual dibujó chicuelinas con un poso distinto que era capaz de hacer estallar aquello y luego torear como si se le saliese el alma.
El toreo bueno y cadencioso llegó en el sexto, sobrero también de Mayalde. Muy encajado y muy despacio. Cuatro ayudados por alto en los medios, sin rectificar un milímetro. Al natural, con los vuelos. Traído muy atrás el toreo. Y en redondo, por debajo de la pala. Ajuste, temple, ligazón. El valor por arrobas y una estocada soberbia en lo alto. Ahora sí, dos orejas indiscutibles y València se le entregaba y se lo lleva a hombros hasta el hotel.
Manuel Diosleguarde también hizo el toreo bueno. Muy por abajo. Sutil. Novillo con pies su primero. El segundo tuvo menos chispa. Las dos faenas las reunió en los medios. Una con más distancia y la otra más en corto. Dejó algunos de los muletazos de la tarde. El público le pidió las dos en el primero de la tarde. Pero solo fue una y al cuarto le faltó fondo para acabar de redondear.
Miguel Senent ‘Miguelito’ toreó asentado, con temple y mano baja, pero al final le faltó repertorio para que sus faenas teminasen con aquello al punto de ebullición. La espada le privó del trofeo en el segundo y le firmó el merecido premio del quinto.