El cartel de la sexta de abono en Algemesí se descompuso por el camino. Se rearmó y pasó del fracaso al triunfo en un rato.
La Setmana de Bous ya pesa, el jueves es un buen día para recargar pilas de cara al fin de semana de remate. Lleno como todos los días, pero más tranquilos. Ser cadafalero en Algemesí tiene su mérito. Y ser torero en pleno siglo XXI es un milagro. González Écija se lo dejó hace un mes cuando tenía una temporada prometedora. Ni en Rusia quieren ir a la guerra, que la gente huye del país, y a los jóvenes de hoy que deciden apostar su vida al toro cada vez tienen más razones para el no que para el sí. Por aceptar ese reto Alejandro Peñaranda se vio en Algemesí con la cara hecha un mapa y el brazo en cabestrillo tras ayer resultar cogido en Arnedo. Imposible su paseíllo también. El cartel fue otro. El albaceteño Jesús Moreno, avisado a tres horas del paseíllo, y el sevillano Diego Bastos.
En juego, una novillada de Pallarés. Honda y cuajada, de apretadas carnes, seria de expresión, pero con algunos pitones como si se hubiesen preparado para rejones. Procedencia Benítez Cubero y claros aires santacolomeños, vía Buendía. Dos cárdenos oscuros. Morrillos pronunciados. Largos lomos. Hocicos afilados.
Los dos primeros fueron toros duros. Llegaron al final con la boca cerrada.
Jesús Moreno abría plaza, se enteró de que iba a torear a la hora de la comida. Al albaceteño le tenemos anotada una puerta grande en València allá por julio de 2019 en una clase práctica. En el día de su presentación en Algemesí dejó una aseada faena a su primero. Por el derecho se metía por dentro y había que llevarlo muy tapado. Con teclas, se quedó corto pronto. Ya desde salida. Ahí tuvo importancia la buena brega de Victor del Pozo, que prolongó y educó la embestida. Jesús Moreno se explicó mejor con la muleta en la zurda. Al final, con la espada se dejó la mano atrás en en los primeras pasadas.
La ensalada de avisos y pinchazos que llevamos esta feria va para récord. Paco Delgado debe llevar la cuenta. Ya llevamos dos novillos devueltos al corral, y alguno más que se ha colado mientras desde el palco se hacía la vista gorda con los avisos.
Diego Bastos, que ocupaba el hueco dejado por González Écija, lucía un terno fucsia y oro con medias de ballet, sin la clásica espiga, cosa que chirriaba a los más detallistas. Pasó del fracaso al triunfo en un rato.
Su primero fue un novillo hondo. Cárdeno. Duro. Repetidor. Se llevó algún natural suelto, pero el toro siempre estuvo entero. Aún con varias entradas con la espada y una decena de descabellos el de Pallarés arreaba y desarmaba a la cuadrilla. Cayeron los tres avisos y volvió a corrales con la boca cerrada.
Jesús Moreno se dio una vuelta al ruedo con el también cárdeno tercero. Más bajo. Más fino. Hocio afilado. Pegajoso. Sin soltarse de las telas. Y con poca clase. Por el derecho siempre encima. Listo estuvo Moreno para perder pasos y dejar siempre la muleta por delante. Apenas permitió que se la quitasen de la cara. Fue estocada tras pinchazo y luego convirtió las palmas en una vuelta al ruedo.
El cuarto lucía caja larga y seriedad. Apareció con pitones tintados en sangre. A saber. Dicen que han tenido gresca en los corrales. El novillo marcó querencias. Subir a la otra mitad del cuadrilátero le costaba y señalaba chiqueros con facilidad de salida.
Tal vez por esa mansedumbre tuvo menos genio y se dejó más. Fue el de embestida mejor. O más cómoda. Al natural vino lo mejor, lo más ligado, incluso la posibilidad de rematar algún muletazo por debajo de la pala del pitón. Embistió mejor que ninguno, pero también fue el que antes se aburrió. Diego Bastos por momentos imprimió cierto gusto con la zurda, siempre ayudado de la espada, y agarró un espadazo caído a la primera. Lo demás, dos orejas y puerta grande, fue pura generosidad festiva made in Algemesí.